Si
la madre España cae – digo, es un decir –
salid,
niños del mundo; id a buscarla!...
Cesar Vallejo
“Ayer firmé el contrato con la empresa de
derribos”. Así abre Diego Alfonsín su novela de estrena “Lenta Demolición”, publicada
por las Ediciones Turpial, obra
vencedora del premio Miguel de Unamuno 2105. Es una frase sencilla, pero que,
en cierto modo, da al lector un resumen de todo lo que se encontrará después en
estas páginas de gran calidad literaria. Al leerla, me acordé súbitamente de la
abertura de “El extranjero” de Albert Camus, “aujourd’hui maman est morte”. Son
dos inicios de novela bastante simples, banales y, al mismo tiempo, arrebatadores.
Hay, todavía, otras relaciones entre estas dos novelas como, por ejemplo, la importante
presencia simbólica del mar.
Los
edificios en lenta demolición son también una metáfora de nuestra sociedad
hostil y autodestructiva: “los edificios
se han adueñado de un mundo propio que parece tratar de rebelarse en silencio
contra los visitantes”. Destrucción que está por todas partes: “tuve la
sensación de que habían derrumbando una ciudad entera y de que había miles de
personas dedicándose a las labores de destrucción”.
El deterioro de los edificios y su consecuente
demolición y reconstrucción sirve, además, como un gran negocio empresarial en el
que los obreros, sin salida, son también explotados por “los de arriba”. Estes
trabajadores ejecutan la destruición de los edificios, a saber, de la sociedad
en general, al mismo tiempo que destruyen su propia vida y la sociedad en que
están inseridos. Trabajan para apenas sobrevivir y, aún por encima, bajo
condiciones de trabajo degradantes. Ellos van siendo aniquilados a la par que
los predios, en lenta demolición: “los cuerpos de los trabajadores,
precipitados al fondo de los suelos abiertos de los edificios, empezaron a
multiplicarse. Yacían boca abajo, con los brazos extendidos y un delirio
tranquilo en los ojos, derrumbados entre el polvo del abandono”.
Es una obra también de denuncia de las
deterioradas condiciones de trabajo en el mundo contemporáneo, con sus
contratos escandalosos por tiempo determinado, dejando ejércitos de gente como
precarios o al paro. Asistimos a la pérdida de muchísimos derechos conquistados
a través de la lucha y el martirio de generaciones y generaciones de
trabajadores a lo largo de los últimos siglos. Y, lo peor de todo, es que uno
se queda con la impresión de que nada puede ser hecho para cambiar la
situación.
Todas las instituciones van a demoliéndose:
“la iglesia la dejaremos para el final, ese trabajo lo haremos juntos”. Pero
hay muchos misterios, como los mensajes que aparecen en las paredes de los
edificios y que debe ser descifrados. Inscripciones misteriosas en los muros
que intrigan a los operarios y dejan el lector curioso, en tenso suspense.
Así se
comprende porque en la abertura de la novela ya se tiene un resumen de los
temas tratados en la obra: el pasado, “ayer”; “el contrato con la empresa”, a
saber, el mundo del trabajo y la dialéctica de señor y siervo; y, por fin, los “derribos”, los edificios y la
sociedad que agoniza lentamente. Hay, entre tanto, una esperanza, ya que en
este edificio en demolición “hay flores azules alumbrando las tinieblas al
fondo de los suelos abiertos”. Una esperanza de que, un día, quizá, también en
nuestra sociedad puedan nacer flores “en la oscuridad del fondo”. Entonces, “un
pueblo de luz” podrá cantar y bailar “alrededor de pequeñas hogueras”.
por Flavio Quintale