segunda-feira, 26 de outubro de 2015

Mientras lentamente agonizamos


 
Si la madre España cae – digo, es un decir –
salid, niños del mundo; id a buscarla!...
Cesar Vallejo
 

“Ayer firmé el contrato con la empresa de derribos”. Así abre Diego Alfonsín su novela de estrena “Lenta Demolición”, publicada por las Ediciones Turpial,  obra vencedora del premio Miguel de Unamuno 2105. Es una frase sencilla, pero que, en cierto modo, da al lector un resumen de todo lo que se encontrará después en estas páginas de gran calidad literaria. Al leerla, me acordé súbitamente de la abertura de “El extranjero” de Albert Camus, “aujourd’hui maman est morte”. Son dos inicios de novela bastante simples, banales y, al mismo tiempo, arrebatadores. Hay, todavía, otras relaciones entre estas dos novelas como, por ejemplo, la importante presencia simbólica del mar.

 Los edificios en lenta demolición son también una metáfora de nuestra sociedad hostil y  autodestructiva: “los edificios se han adueñado de un mundo propio que parece tratar de rebelarse en silencio contra los visitantes”. Destrucción que está por todas partes: “tuve la sensación de que habían derrumbando una ciudad entera y de que había miles de personas dedicándose a las labores de destrucción”. 

El deterioro de los edificios y su consecuente demolición y reconstrucción sirve, además, como un gran negocio empresarial en el que los obreros, sin salida, son también explotados por “los de arriba”. Estes trabajadores ejecutan la destruición de los edificios, a saber, de la sociedad en general, al mismo tiempo que destruyen su propia vida y la sociedad en que están inseridos. Trabajan para apenas sobrevivir y, aún por encima, bajo condiciones de trabajo degradantes. Ellos van siendo aniquilados a la par que los predios, en lenta demolición: “los cuerpos de los trabajadores, precipitados al fondo de los suelos abiertos de los edificios, empezaron a multiplicarse. Yacían boca abajo, con los brazos extendidos y un delirio tranquilo en los ojos, derrumbados entre el polvo del abandono”.

Es una obra también de denuncia de las deterioradas condiciones de trabajo en el mundo contemporáneo, con sus contratos escandalosos por tiempo determinado, dejando ejércitos de gente como precarios o al paro. Asistimos a la pérdida de muchísimos derechos conquistados a través de la lucha y el martirio de generaciones y generaciones de trabajadores a lo largo de los últimos siglos. Y, lo peor de todo, es que uno se queda con la impresión de que nada puede ser hecho para cambiar la situación.  

Todas las instituciones van a demoliéndose: “la iglesia la dejaremos para el final, ese trabajo lo haremos juntos”. Pero hay muchos misterios, como los mensajes que aparecen en las paredes de los edificios y que debe ser descifrados. Inscripciones misteriosas en los muros que intrigan a los operarios y dejan el lector curioso, en tenso suspense.  

 Así se comprende porque en la abertura de la novela ya se tiene un resumen de los temas tratados en la obra: el pasado, “ayer”; “el contrato con la empresa”, a saber, el mundo del trabajo y la dialéctica de señor y siervo;  y, por fin, los “derribos”, los edificios y la sociedad que agoniza lentamente. Hay, entre tanto, una esperanza, ya que en este edificio en demolición “hay flores azules alumbrando las tinieblas al fondo de los suelos abiertos”. Una esperanza de que, un día, quizá, también en nuestra sociedad puedan nacer flores “en la oscuridad del fondo”. Entonces, “un pueblo de luz” podrá cantar y bailar “alrededor de pequeñas hogueras”.

 
por Flavio Quintale

 

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