Dios
en la niebla, pieza de
teatro de Natalia de la Llana, se estrenó en la ciudad de Aquisgrán, Alemania.
La sala estaba llena y el público que compareció seguro que no salió
decepcionado. Al ser puesta en escena, la obra ganó una dimensión de colores y
problemáticas que no se revelan tan fácilmente en la lectura del texto. Claro
que el teatro es representación antes de todo y esto se probó una vez más en
esta obra. Las partes más densas ganaron vivacidad en diálogos ligeros y en
ningún momento la platea se quedó aburrida, a pesar de tratarse de una pieza
seria. Seriedad muchas veces rota por el humor y la ironía, en particular del
demonio representado de manera notable por Mónica Rodríguez con sus gestos y caras maliciosamente diabólicas.
Aquí véase el débito de la autora al Mefistófeles del Fausto de Goethe, con quien dialoga abiertamente.
De una parte, es una pieza sobre la soledad
humana, “no hay peros. Estamos solos. Solos.”, tema tan caro a la tradición
latinoamericana, si uno piensa en Cien
años de soledad de García Márquez o El
laberinto de la soledad de Octavio Paz, pero esto no sería suficiente para
que la obra pudiese llamar particularmente la atención. Que estamos solos en el
mundo contemporáneo ya es algo sabido. Pienso que lo que despierta el interés
en Dios en la niebla es su discusión
sobre la desilusión y la ilusión del hombre con la vida y de Dios con su
creación.
Ilusiones humanas profesionales, la
frustración con la carrera; económicas, la crisis que afecta el día a día de
las personas; amorosas, Augusto, el protagonista, que lamenta no haber amado
suficientemente a su mujer, ahora muerta, y, después, la desilusión con el
nuevo amor; filosóficas, la comprensión socrática de descubrir que nada de lo
que se sabe vale la pena, “¿Fuimos alguna vez otra cosa más que intérpretes de
una realidad que no acabamos de comprender?”; existenciales, pues Augusto,
grande ya en el nombre, se reduce a la nada, porque nada es lo que a él le
gustaría ser; y religiosas, sus dudas y cuestionamientos sobre la fe, la
Iglesia y Dios, que no hace nada para paliar los sufrimientos humanos y los
males del mundo: “la compasión es el recurso de los débiles”.
Ilusiones y desilusiones como espejos. El
ángel y el diablo, el profesor y la estudiante, la vendedora y el comprador, el
patrón y la empleada y, finalmente, Dios y el hombre. Desilusiones no solo del
hombre, sino también de Dios. Un Dios que no sabemos dónde está, si es que está
en alguna parte. Creo que esa es la gran originalidad de la pieza. No hablar
solo de la soledad o de la desilusión del hombre, sino imaginar estos mismos
sentimientos en Dios. Desilusionado consigo mismo por la creación a la que ha
dado vida, es el responsable en última instancia de los horrores del mundo y
del abandono que siente el ser humano.
“Creo que ahora corresponde que juzguemos
a Dios”, propone el diablo, “¡Pongamos bajo la lupa las acciones del
Todopoderoso!”. Nietzsche mató a Dios, pero no todos están acostumbrados a esa idea. Hay todavía una
niebla que no nos deja ver el final, si hay un Dios que está o no en la niebla
unamuniana. Si no hay, está tal vez perdonado. Si hay, ¿por qué no hace nada?:
“¿Está bien que decline sus responsabilidades y nos deje solos?”. Si está
muerto, ¿por qué insistimos en resucitarlo? Al iniciarse la pieza encontramos a
Fausto, al salir, ya estamos Esperando a
Godot. ¿Sale o no sale Godot de la niebla?
Dios
en la niebla (Ñaque Editorial) es una pieza
que merece estar en los teatros madrileños y de toda España. Los españoles
ganarán una gran contribución a su dramaturgia, ya tan rica. El mundo de las
letras lo agradece.
por Flavio Quintale
Fotografía: Michael Lejeune
Nenhum comentário:
Postar um comentário